jueves, 14 de marzo de 2019

Trozo de jabalí muerto, allez!

Así es, hoy rendía una explicación,
\y era mental
\únicamente.

Casi pensaba construyendo Un Trozo de Pez
y un Trozo de Amor
\un Trozo de Cádiz
Trozo de Madrí, Trozo de Santafé
\un Trozo de Bogotá;
ante y con Trozo de decepción,
Trozo nulocaucásico,
\Trozo sin Barcino,
Trozo de tristísima decepción:
Trozo de decepciones
\como familiares
\sustitutos si bien y hubieren de traidores
\si fuera...
... que así hubieren sido.

Anoche, todos mis hermanos
cortándole el cabello
\al más pobrecillo
y arreglándole las barbas
\al fin de cuentas
\a todo que nos hiriere
/e hiriese...

Trozo... era, sabuesos, león.
Pero no, eso no era, no eso, ¡jaguares!
Era que Rendí cuentas
\para que la Torra no
\ni llamando de a ceguetas
\ni siquiera y si sabrías...

Solamente, trozo de lobos veía yo.

Solamente, trozo de zorros:
\solamente, pues que siendo,
no, es la gente quien busca
/negociar
sino la sed que les llega
a las tierras, de los sueños, oh
\cielos: cuando una brisa extranjera
/estremeciera.

viernes, 17 de febrero de 2017

Después del mordisco contra la mía mujer

¿Qué hago?

Si la revuelvo en lo que ignoro

y no le miento,

y me hallo, aún roncando despierto.

¿Qué hago?
De veras, contestadme, s'il vous plaît
si ya me pienso como un orco...
... si ya me vengo creyendo serlo,

... si ya me tengo por ello... serlo...
¿Qué hago?

Si es imposible dejar de buscarla

buscar esquina, momento preciso
momento quieto y precioso
cargarlo de toda energía
toda fuerza posible
y sea el mensaje
para mi chiquita
mi niña
mi amor.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Sin título (Hacérmele su amor fastuoso)

Voy a hablar de imposibles:
una mujer para Simón Sierra H.

Tiene que ser una mujer que

/sepa jugar a las espaditas
/más, que sea corriendo
/y brincando sobre la barriga
/de papá.

Tiene que ser una mujer que

/me pida el favor de jugar
/a las carreras de clase;
/a la ciencia, al arte;
/a los aviones y las naves;
/los carros y los trancones
-y estrellarlos contra las paredes
-y parquearlos en orden
-y empacarlos y volverlos a sacar.

Tiene que

/admitir que conmigo le gusta
/más que con nadie,
/arriesgarse a ver qué pasa
-con el fuego, con la electricidad
-o con el humo y con el agua
-y con la espuma y misa.

Voy a hablar de una posibilidad:

Victo Tuli
\para cierta mujer.

Las ilógicas rutinas

Tuvo un hipo tan fuerte que se le salieron los pedos.
O era que se sobresaltaba con fuerza:
pero siendo ésta una fuerza en los hombros, o en los lumbares, pero no en el adentro de las nalgas.

Color a piel sobre la nuca,
hasta la alta espalda,
hombros descubiertos entre una blusa de bandeja...
A que no le importaba mucho, fue mi apuesta:
a que gana 2-0.

Pelo agradable, como cuando se lo recogen en un sólo doblez hacia arriba,
con todos esos hilitos a éxtasis que dan gusto de ver,
como las antenitas que a veces tienen,
mostrando todo lo que de abajo se asoma: no sólo los flecos, porque de esa recogida del cabello castaño
enrrojecido con tinturas
es fantástica la brisa
casi absorbida
que hace cada mechón tan corto
/que la puntica apenas da muchas cosas para disfrutar.

Se disfruta tanto verlas así que quiere uno buscar siempre algo nuevo que contar;
unos meses al año pienso que es cuestión de magia, de encantamientos profundos...

Pero, un momento como para todas las delicias
anteriores siempre, viene acompañado de un pedo imposible de contener.

A que a su amiga poco importaba:
apuesto 3-1.
Al lado suyo en una silla,
(que desde mi punto de vista estaba en la diagonal escorzada
donde la persona se encuentra tan adyacente,
que aparenta estar sentada en el mismo sitio que la otra)
la primera, la del cuerpo rollizo, de hombros encantadores, ¿la amiga, sería?
¿Cómo no amiga, ¡si se ríe con ella!
Fuera que solo y solas las mujeres supieran que,
a excepción de intoxicaciones estomacales, está prohibido pedarse...
-Sí, claro...

La flatulenta se reirá siempre sobre cómo tienen muchos tipos de formatos
y no sólo olores y sonidos.
Pueden dar curvas,
pueden salir pero nunca moverse,
no, de esos que se estancan en el aire y hasta a Dios se le hace la misericordia de dejarlo flotar más tiempo
aún, no, no de esos,
sino de los que nunca salieron,
de los que se van detrás de la funda del aire...
Entre los muy bien sabidos, por ejemplo,
y de allí aparecen los otros,
los que se van a la sombra, y en la sombra, se trasladan
y se asoman por la sombra del viento
y aparecen por primera vez en otro lugar,
en un sitio inesperado, distante, que estratégicamente
había sido cuidado, había sido separado,
se había puesto en protección de aire puro
-por lo de inevitables e imposibles de contener,
-por lo de irrefrenable e imparable.

Ella, a demás, tenía una blusa índigo, aunque algo desteñida:
una blusa casi entintada de un lila purpurizado.
No reconozco muy bien en lo que queda de mi recuerdo sus aretes,
pero me parece que de cualquier tipo le quedaban bien.
Lo otro sí es el tono de la raíz de su cabello, ennegrecido, ondulante.
Vale la pena señalar que de ella yo me encantaría, y más aún, que de ella yo me reconfortaría.
No hay cosa más vergonzosa que un pedo al tiempo que una fantasía, pero no hay cosa más verdadera,
y yo, en mi sitio, en seguro y a salvo...
-Sí, claro...

Pero, parece que,
ir y oler el Río Bogotá como se debe,
yendo a la cuenca, haciéndose a la orilla,
inclinándose y bajando la cara al ras del agua para oler sus sabores,
que es puro excremento,
parece que así era la nube al rededor mío.
O sentarse a llorar lo que asfixia al oxígeno en sus más rudimentarias maneras de entrar,
buscando que no parezca agua todo aquello que ahoga,
mientras no da respuesta a uno
al que se le ve como si fuera el más grande de todos los maestros morales,
como cuando confunden a un santo por matador,
colores a resonancia confundidos entre bebé, carne y feto, entonces,
cuando las cosas se han vuelto olvidadas de los colmillos que reclaman permanencia, y dibujar
y trazar con un círculo,
con curvas que se van al otro lado redondo de afuera
buscando una forma de pedir disculpas...
-Es verdadero excremento.

Se me hizo de -Ir al pizarrón, o aprovecharse del espacio del proyector, o como sea,
-Ponerlo sobre el muro de exposición, el indicado, y darle indicio de cómo no se pudo contener de lo feo,
-Y así caerá en cuenta de lo cochino que está siendo.
-Él anda con un sonreír de las muecas de los sueltos.
-O pone ojos de "en verdad viendo".
-Y ni arruga la nariz mucho, como para que sea lindo y suficiente...

Así que,
cuando allí se me encerró,
cuando se me llevó al paredón
abrí mucho los ojos
de vergüenza, mientras iba explicando algo,
para que se sepa a los cuatro vientos
que no falta más tiempo para decirse que no hay cosa más importante que la que es esta,
la de poner un pedorro a pasar in fraganti
y solo me tocó caer redondito...

Así son las cosas, mucho de cuando las mismas cosas no son diferentes,
en lo mínimo,
a las cosas que son el interior de una sola cosa que nadie ve igual,
la de adentro,
la que se mueve,
la que pesa y rompe la quietud de los silencios,
la única capaz de elevar muchas partículas de sonido como todas las escenas de una perfecta mujer
la que me mira de vez en cuando,
la emocionada con el teclear de sus dedos,
la que está tomándose el tobillo derecho con la mano izquierda,
la que se viste con buso turquesa marina blanquecido, de lana, con puntadas separadas...

Valen estas cosas sus peniques, de todas maneras, de sus piernas, de sus muslos, de sus senos,
de sus zapatos,
de sus brazos y mucho de sus gestos como hablando con sus manos.

Vale, como para intercambiar los personajes y querer dedicar toda una idea nueva,
pero que la verdad de los pechos revele las intenciones ocultas,
ya habiendo sido, de antes, indicado a transferir las dignidades poco adecuadas.

Y vale, que las gafas sean fantásticas en su rostro y en el de nadie más,
o que tenga mejor cola de caballo que un simple pliegue hacia arriba,
un caimán tomándole del lugar de abajo del pelo -y por detrás-
y me de y deje la imitación de mí...

Vale, pues las cochinadas nos las inventamos nosotros.
Las cochinadas no son las que nos decimos con el interés de que no existan,
ni con el interés de hacer parecer que son producto de la indagación del otro,
porque, sí, es verdad
que el que se atreve a señalarlas o queda como el gracioso, o sino, como el matador.


Las cochinadas no nos las inventamos todas nosotros:
las interpretaciones las gustamos para que queramos tomar de la quijada
de una forma
mejor que,
como sola ella,
se toma de la quijada.
Que se mueva como una llama del fuego,
y no sea del todo una forma de bailar más
sino la superior a una forma de caminar igual que siempre,
y reconocer que el fuego fue, por masculino que fuera,
y uno
quien es en ese movimiento, duro como el del origen de la lengua,
el lugar del que el blanco es solo el resumen del transparente,
y se hace del amarillo el reino de todas las cosas
(ese lugar que sopla,
que tiene por un pelo feliz la dicha,
y que sea alegría en su forma de sonreír desde la distancia
en lo que hace y habla y comparte
con el de al lado suyo, y oriente
con sus pies para un mismo lado
mientras
compartan,
y luego los dos hacia adentro, y luego de frente, por penúltimo uno junto al otro
-a la izquierda, a mi derecha-, y último baje uno, lo abra hacia afuera, le cruce el otro, lo abra más,
dé la cara interna,
la externa del otro pie pero en lo que perfila
y organice su postura
en otra posición), es,
es, tan grato como ver sentada a una mujer con las piernas estiradas hacia el frente.

No hay cosa más linda, por ejemplo, que sea linda.
Y nada más sensual que en pantalones negros.
Y una /ese/ mayúscula en el pecho izquierdo.
Cosas seductoras muchas son para pagarse tap tap, me suena, pero
hablamos mientras a ella le frustra algo, por lo que veo,
le disgusta si me pongo la palabra diversión, en mi boca,
y no le hago que lo admita suyo,
que es decir, no compartírselo.

Me señaló el lado suyo su /ese/,
o me mostró más ese pecho que cualquier otro.
Me pidió que me meta en su maleta,
y me volviera yo su más recóndito lugar favorito.
Que se toma la cabeza.
Que sigue tomándose la cabeza.
Que todavía se toma la cabeza, bien por arriba y con la mano extendida,
y a ver si hacia mí, o hacia aquí.
Y casi saludar, pero tomarse el rincón de la frente,
y tocarse el gusto de la comezón en donde antes se tomaba la cabeza,
para que vuelva
al frente,
a las yemas de los dedos,
a la indicación de toda su cara como para que sea mi favorita, porque
si su rincón es en medio y arriba,
el mío también,
y que vaya a la esquina de la izquierda,
es que no haya nada suficiente para revolverse, porque estar recogido es duro.

Así llegó ella a sobarse las manos,
como con la fricción
preparándolas para tocarse al corazón y demostrarme la /ese/ vinotinto de su saco derecho
al mirar perdurable entre los dos.

Azul es ese buso, y sonriente es ese alzar de su rostro,
y su ser angelical, y mi idea de cómo es perfecta,
y las orejas más lejanas que veo parecen como las más tiernas de mi vida, y ella vuelve a su frente
-con su mano- para escuchar que yo escribo esto de veras y que las cosas de mi adentro rompen el silencio
y con otras partículas a quiebre, y que ella tenga holgada por sorpresa la ropa,
y venga en dirección hacia acá,
y tenga una lindura para demostrar que todo lo que pasaba
era que esperaba
para entrar a la puerta.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Informar de un problema

He escrito muchas estupideces. Tantas sandeces.

Qué ha valido la pena que me robaran, con maleta y todo,
con tableta, con cámara, con apuntes, con fotocopias, carboncillos, lápices...
y, porque sobretodo me ofuscó la pérdida de los dos últimos,
fue una libreta de poemas. Poemas de bolsillo. Poemas de ido.
Fue lo menos esperado para mi memoria, en primer lugar...

Al perder la maleta no grité,
ni sabía que esos poemas tenían un lugar en la existencia,
así que los olvidé.

Lo peor: lo peor de escribir mal, es recordar lo que se ha escrito.
Esos poemas eran la genialidad que siempre fingí y nunca poseí, u,
honestamente, eran los sentimientos más fonéticos que hasta entonces había dado...

A saber de las capacidades de la tinta entre mis dedos...

Pero lo más triste fue el momento en que los recordé...
No hay peor cosa que recordar lo olvidado,
lo que se ha restringido.

Que mi memoria sea capaz de lo imposible, porque es esto lo imposible y no lo otro:
recordar lo que en la memoria vive y se entregó:
esa es la única tarea que no tiene algoritmo alguno la mente para trabajar.
Allí es donde quedan las cosas,
allí es donde habita el amarguísimo sabor a vinagre para saciar una boca que musita sed.
Por eso la tristeza del Rey Salomón, o del Rey David, o del Rey de los Judíos.
Por eso la lágrima, se tiende con la paciencia,
para llorarla
hasta que ahogue los centavos de la esperanza;
para que la esperanza sea la misteriosa cosa que requiere las fuerzas que no se tienen
para tenerle.

Por eso hay que caer en la ternura de unas manos que reciben la vida
y no solamente sobre el suelo, quizá de rodillas, ojos al cielo, y tal vez no clamando al cielo como el que ha visto y cree conocer la verdad entera.
 
Nunca quedo exento de escribir estupideces.
Escribo muchas, horribles, inútiles, de mucha y mucha revisión.
Pero perder lo más perlado de mi escritura es lo más sabio:
perderlos llama mi atención a conocer
que no hay un sólo espacio verdadero ya determinado a saber,
por cumplida que esté una tarea.
 

Escribir lo que ya escribí, pero de otra forma:
de forma más dedicada, con más pausas, con más prisas,
con toda la coherencia que requiere hacerlo... Eso sí es para lo que tengo que asentarme
cada momento, como hecho para hacerlo.

Desconocerme cuando alzo la vista hacia la carretera
y me encuentro mi imagen vítrea
en el cristal por el que puedo ver a través; entre mucho... eso es lo que requiere mucho.

Encontrar algo y al primer arranque dejarlo por sabido, dejarlo por escrito,
cosa que es peor que no encontrar algo
sino hasta que alguien lo encuentra por mí -tiempo después-.

Al leer algunas cavilaciones
sobre lo que yo habré dejado por hecho, ese es el momento verdadero de la escritura
por verdad: cuando son los otros los que recobran lo que yo hago.
Los momentos se cuentan, y por eso están contados. Si es suficiente con esto, dejo allí por ahora.

¡No me dejes!

Varía una cosa, usualmente,
tanto, como su definición determinada.

Es habitual encontrarse con que no cambian las cosas del mundo.
Con que, a su vez, el cambio está al rededor de nosotros, en medio, en el aire,
en la vieja luz de las estrellas que se están pegadas al firmamento,
pero qué fácil hoy podrían ausentarse cuando Dios llamara la lista de clase, de repente.

Varía una cosa,
va de a pasos,
hace una erosión que se lleva, cristal por cristal, lo que constituye de todo a la gran roca,
pero nunca han dejado sobre ello diferencia
(al que por esas tierras queda):
sigue siendo la misma roca de los mismos colores
con la misma composición y sus mismas eras: y sobretodo,
es el mismo viento el que sopla por allá.

Pero varía una cosa,
y se van las cosiquiticas dentro del aire, y se hace pesado, y entra a la tierra y se deshace y lo respiran las plantas
y se convierte en todo menos en el mismo aire en que respiraron los abuelos.