miércoles, 28 de diciembre de 2016

¡No me dejes!

Varía una cosa, usualmente,
tanto, como su definición determinada.

Es habitual encontrarse con que no cambian las cosas del mundo.
Con que, a su vez, el cambio está al rededor de nosotros, en medio, en el aire,
en la vieja luz de las estrellas que se están pegadas al firmamento,
pero qué fácil hoy podrían ausentarse cuando Dios llamara la lista de clase, de repente.

Varía una cosa,
va de a pasos,
hace una erosión que se lleva, cristal por cristal, lo que constituye de todo a la gran roca,
pero nunca han dejado sobre ello diferencia
(al que por esas tierras queda):
sigue siendo la misma roca de los mismos colores
con la misma composición y sus mismas eras: y sobretodo,
es el mismo viento el que sopla por allá.

Pero varía una cosa,
y se van las cosiquiticas dentro del aire, y se hace pesado, y entra a la tierra y se deshace y lo respiran las plantas
y se convierte en todo menos en el mismo aire en que respiraron los abuelos.

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